Por Rubén Coronel
Las recientes proyecciones del Fondo Monetario Internacional (FMI) revelan una realidad económica contrastante en América Latina y el Caribe. Mientras Centroamérica exhibe una notable estabilidad con un crecimiento proyectado cercano al 4%, una inflación contenida y déficits externos manejables, Suramérica se distingue como la subregión con la mayor presión inflacionaria. Este fenómeno se encuentra significativamente influenciado por la compleja situación económica que atraviesa Venezuela y Argentina.
El último informe de perspectivas económicas globales (WEO) del FMI subraya esta disparidad, ajustando a la baja la previsión de crecimiento para América Latina y el Caribe en 2025, situándola en un 2%, medio punto porcentual inferior a la estimación de enero. Este ajuste refleja un entorno global desafiante, marcado por una considerable incertidumbre en las políticas comerciales, una creciente fragmentación geopolítica y un endurecimiento general de las condiciones financieras a nivel mundial. En este contexto, se anticipa que el crecimiento del Producto Interno Bruto (PIB) regional se moderará al 2% este año, aunque se espera una recuperación gradual en 2026, alcanzando una tasa de crecimiento del 2,4%, similar a la observada el año anterior.
Un aspecto crucial para la evolución de la inflación regional en 2025 radica en los ajustes económicos que se implementan en Venezuela. El FMI prevé una marcada desaceleración de la inflación promedio en la región, que descendería del 16,6% en 2024 al 7,2% en 2025 y posteriormente al 4,8% en 2026. Esta tendencia a la baja se atribuye, en parte, a la estabilización de precios que se espera en las economías más grandes de Suramérica, particularmente en Argentina y Venezuela, aunque la magnitud y sostenibilidad de estos ajustes aún representan factores de incertidumbre.
En contraste, el Caribe se proyecta como una subregión con altas tasas de crecimiento, impulsadas principalmente por la recuperación del sector turístico. No obstante, es importante señalar que estas economías caribeñas continúan siendo vulnerables a los shocks externos, lo que exige una gestión económica prudente y estrategias de diversificación para fortalecer su resiliencia.
Más allá de la coyuntura inflacionaria y las perspectivas de crecimiento, América Latina en su conjunto sigue enfrentando desafíos estructurales de larga data. La persistente alta desigualdad, la rigidez fiscal que limita la capacidad de respuesta ante shocks económicos, una productividad relativamente baja y una significativa dependencia de la exportación de materias primas continúan siendo obstáculos para un desarrollo económico sostenido e inclusivo. La actual coyuntura global, caracterizada por un creciente proteccionismo comercial a nivel mundial, exacerba aún más estos desafíos estructurales, exigiendo políticas innovadoras y una mayor cooperación regional para mitigar sus efectos adversos.